De la fortaleza de la fantasía al encuentro con el mundo

Por Florencia Toscani
Bibliografía: Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999

Así como en el nacimiento, lo que realmente aparece es el cuerpo físico y durante 7 años el Yo construye sus órganos para la vida entera, en el séptimo año de vida, “nace” el cuerpo etéreo o vital. Se emancipa del de la madre, y las fuerzas formativas del niño están ahora disponibles para el aprendizaje.

En este segundo septenio el Yo que ya armó su base corporal, construirá ahora la base de las capacidades que necesita para conocer el mundo: su aparato psíquico.

 

El niño de los 7 a los 9 años
La Primera Metamorfosis del Pensamiento

El niño de 7 años, luego del cambio de dientes, ya responde a la figura que el autor Lievegoed llama “figura del escolar”. En esta etapa el cuerpo del niño pasa por una transición en la cual lo primero que se modificó fue el tamaño de sus piernas, luego el de su tronco. Una vez cumplido los siete años comienza una intensa transformación de su cara, en forma y facciones, especialmente por el crecimiento de su mandíbula inferior, que es siempre paralelo al de las piernas. Este perfeccionamiento inferior de la cara es “coronado” por el cambio que sufren los labios. Ahora el labio superior y el inferior se asientan bien uno sobre el otro. La boca se cierra, como se cierra el niño al mundo para construir en todo este septenio “el cuenco del sentir”. Es por esto, que más allá del cambio de facciones, el más evidente y sorprendente cambio en el niño de 7 años es el de la expresión de su cara. Sus ojos se hallan dirigidos al mundo en actitud de expectativa. La cara denota la noción de que el mundo ya no le pertenece como en el septenio anterior. Esto genera una fase de pequeña rebeldía y fastidio. Sin embargo, el niño a esta altura no se enfrenta al mundo. Todavía y hasta la crisis del “Rubicón”, tamiza lo que le llega del mundo externo a través del muro de contención que es la fantasía (su velo protector) y dentro de ese muro crea un recinto cerrado y redondo donde instala su “base de operaciones” desde la cual se comunica con el afuera. Es un lugar “seguro” donde los golpes se amortiguan con la fantasía. En él pueden cumplirse todos los deseos. Comienza para el niño una fase de “gozosa creatividad”

La gozosa creatividad y el mundo bello pintado en imágenes se ve claramente expuesto en los dibujos y pinturas de los niños de esta edad.

 

El Pensar

La relación con el mundo externo y con la propia interioridad se desarrolla como imágenes y representaciones, como un drama teatral. Se lo puede comparar al “soñar despierto” del adulto. Es decir, que el niño avanza de la percepción a la imagen mental, que tiene un carácter esencialmente pictórico. Esta es la gran metamorfosis en su mundo interior. Y requiere del habla para suceder.

 

La Palabra

En el primer septenio vimos la íntima relación entre el hablar y el pensar. Más que nunca, en este momento de la vida del niño, la palabra es alimento y vida. La palabra cargada de imágenes y vivencias; no la palabra seca e insípida del conocimiento meramente intelectual. El niño sabe ahora, como dijimos, que el mundo ya no le pertenece, que el mundo está afuera pero aún no está maduro para conquistarlo por sí mismo: necesita un mediador entre él y el mundo exterior. Por esto, es a través de la palabra del adulto que el niño empieza a conquistar el mundo. El niño requiere que el adulto le cuente como un cuento de bellas imágenes pintadas con pensamientos, qué cosas hay en el mundo y para qué sirven. Este adulto que sabe tantas cosas y puede transmitírselas de un modo vivo, henchido de fantasía y belleza, goza de todo amor y admiración por parte del niño. Él aún no puede conquistar el mundo por sí solo, pero a través de estas caricias que son las palabras del adulto puede comenzar a vislumbrarlo. Y por esto es el niño tan agradecido con este adulto-artista-poeta que se transforma en la “autoridad amada”.

Los cuentos de hadas en el primer grado, las fábulas en el segundo son todo el alimento que el alma infantil necesita en este período. Desde las letras hasta los números, todo aprendizaje debe ir de la mano de bellas narraciones y poesías.

Es por esta característica pictórica descripta anteriormente que se dice que la situación anímica del segundo septenio es la de “el mundo es bello” y es tan necesario en este período el trabajo artístico.

Estos primeros años del segundo septenio son en lo psicológico un tiempo extraordinariamente feliz. Dice Lievegoed “Todo se conjuga para llevar al niño a un estado armonioso y bien equilibrado como jamás volverá a presentarse en la vida posterior”.

“Todavía el niño no se da cuenta de la pérdida del paraíso infantil, ya que en cuanto a su vida emotiva, se halla todavía ubicado en la fase evolutiva del primer septenio. Sólo cuando también la vida emotiva haya pasado por una metamorfosis, empieza el niño a sentir esa pérdida.”

 

La Memoria:

En todo este período se desarrolla la memoria rítmica, unida con la vida emotiva del niño. La memoria rítmica no es la memoria temporal abstracta. La memoria rítmica aparece entre los 4 y 5 años de edad con la fantasía creadora y se extiende hasta los 9 años, edad hasta la cual persiste también la facultad imitativa tan característica del primer septenio. La memoria rítmica no fatiga al niño debido a su relación con el elemento lúdico y creativo. Solo luego de la vivencia del Yo, y el distanciamiento entre el niño y el mundo, que describiremos a continuación, surge la memoria abstracta y cobra intensidad luego de la pubertad en el tercer septenio.

 

El niño de los 9 a los 12 años
La Metamorfosis del Sentimiento

La vivencia del Yo

Entre el noveno y décimo año de vida el niño atraviesa una gran crisis. “Lo que en lo tocante al pensar ha tenido lugar a los siete años, se repite ahora para el sentimiento: el sentimiento se ha objetivado”.

Pareciera como si el muro de contención que protegía al niño del mundo, y que le ofrecía un lugar libre para la creatividad y la belleza, se hubiera desmoronado, y por vez primera el niño se encontrara desnudo frente al mundo y lo viera con objetividad, ya sin el tamiz del velo de la fantasía. Es el fin de la inocencia infantil. Ahora, la maestra tan bella y amada, no es realmente bella, y es merecedora de toda clase de epítetos hasta entonces impensados. Los cuentos de hadas que eran como maná para el alma del niño son ahora considerados pueriles. Todo lo que hasta ahora había sido aceptado mansamente es digno de crítica. Y tanto mayor es la crítica cuanto mayor había sido la admiración en los años previos. Los seres queridos que antes tanto veneraba son los que caen a mayor profundidad. Y el niño sufre enormemente por esto. Es realmente infeliz de ver desmoronarse el mundo de fantasía que él se había pintado como tan bello. Y cuánto más infeliz se siente, más groseros los epítetos a los que recurre.

Resurgen temores que habían sido superados. La visión del mundo tal y como es le genera un miedo pavoroso del cual él trata de liberarse “con toda suerte de exorcismos mágicos” (supersticiones). A su vez, se modifica su relación con la muerte. Hasta ahora, la muerte era algo “natural” y ahora por primera vez es intuida como un problema que suscita profundas reflexiones.

Esta gran crisis es también llamada el Rubicón. Y por qué? Porque Rubicón es el nombre del Río que Julio Cesar debe cruzar para ir a Roma a recuperar el poder. Julio Cesar tiene un ejército pequeño y sabe que ir a Roma implicaría gran derramamiento de sangre. Duda. Cavila. Sabe que una vez cruzado el Rubicón, no hay vuelta atrás. Y esto le da miedo. Miedo a lo que vendrá, a lo desconocido. La comodidad idílica en la que estuvo hasta ahora no volverá jamás. Esta es la gran crisis del Rubicón. Finalmente, se decide y cruza y mientras avanza, más y más gente se une a su ejército formando un grupo extremadamente numeroso. Pompeyo en Roma recibe las noticias del gran ejército de Julio César y huye dejando el poder a éste sin derramar una sola gota de sangre.

Otra vez, la Palabra tiene gran poder en el alma del niño y puede ser de gran ayuda para superar esta crisis. Puede ayudar al niño a vivenciar “la autoridad tras la autoridad” del venerado adulto. El respeto debe reorientarse hacia algo que trascienda lo personal. Es por esto, que es recomendable el contacto con “figuras que sobresalen de lo humano cotidiano. Para esto, el Antiguo Testamento y la mitología ofrecen la materia apropiada para esa edad”. Así el niño puede recuperar el respeto por los héroes, por lo hombres que, como él, atravesaron grandes crisis y salieron fortalecidos. Y entonces no se siente tan solo. A otros ya les pasó primero, y atravesaron dramas mucho más terribles y encontraron su guía y llegaron a la Tierra Prometida. Entonces se identifica con el héroe, vence el miedo, el pánico del abismo, y cruza el río.

También ayudan los trabajos manuales: hacer ropa, construir casas (maquetas, arcilla, o incluso y si es posible una casa de verdad, de madera o material). El niño recibe el mensaje en su alma: es cierto que estás solito, pero tendrás ropa para cobijarte y un techo para protegerte. Aquí también es importante destacar la importancia de dirigir la mirada hacia la naturaleza, basada no en la ciencia sino en la vivencia artística. La naturaleza es digna de todo respeto y admiración del niño. Y el respeto que pende de un hilo puede reencauzarse.

Hacia el final de la crisis, en cuarto grado, aparece un gran momento de conciencia de lo que está sucediendo en el niño mismo. Esto viene acompañado de una fuerza “guerrera”. Es por esto que la mitología nórdica es tan apropiada. Es una cosmovisión del hombre en la cual la sangre es muy importante. Este impulso guerrero es la respuesta a esta necesidad que tiene el alma de ir hacia delante, a enfrentar al mundo y conquistarse a sí mismo.

 

La vivencia del Yo

“La vivencia del Yo, como realidad profundamente sentida, nace en el niño alrededor del décimo año, se amplía en la pre-pubertad y se convierte, en la pubertad, en contenido emotivo omnidominante”.

En realidad es esta “vivencia del Yo” la que da origen a la reacción que aparece contra el mundo. Es una reacción desde el sentimiento. Podría decirse que aparece entonces definitivamente “el sentir” como facultad anímica y que hasta el final del septenio se termina de consolidar esta facultad. Como contrapartida somática, en este período se ensancha la caja toráxica. Es la parte media del cuerpo la que prepondera. La situación corporal y anímica coinciden: el sistema rítmico (respiratorio y circulatorio / pulmón y corazón) madura mientras en el alma nace el sentimiento.

 

1 Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999. pg. 71.  2 Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999. pg. 71. 3 Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999. pg. 77. 4 Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999. pg. 79. 5 Lievegoed, B. Etapas Evolutivas del Niño. Ed. Antroposófica, Argentina. 1999. pg. 119.