Sexto grado hace cima en el cerro Tres Picos, en Tornquist. La cima más alta de la Provincia de Buenos Aires. 32 niños y niñas, la maestra Florencia, la maestra Mariana del Grupo Terapéutico, los maestros ayudantes Yanina y Luciano, junto a los guías del lugar.

Aquí algunas viviencias en la letra de la maestra Florencia, durante la tormenta de viento de la madrugada siguiente, mientras todos dormían apaciblemente en sus carpas, junto al refugio Napostá.

 

«Ayer no pude dar más detalles porque estábamos sin señal y porque aún no me recuperaba de la emoción tan intensa de que lo hayamos logrado todos.
Ha sido un esfuerzo gigante. Con todas las particularidades de nuestro grupo, y las mías!

No encuentro palabras para describir la emoción de vernos a todos en la cima del mundo…

Y todos los desafíos y aprendizajes:

Arrancar llenos de espectativa, sentir que es posible, avanzar un paso a la vez y ver el próximo objetivo alcanzable: llegar al bosque, cruzar el bosque, y que de pronto la cima de aleje a cada paso. La desazón de que aquello que vinimos a buscar, parezca de pronto inalcanzable. Pero seguir, un paso más, solo uno más, hasta el próximo objetivo posible: llegar a corrales. La cima se aleja. Un paso más, solo uno, hasta la piedra bote. Sí. Dale que podemos, no es tan lejos. Un paso más. Respirar. Está allá. Es un esfuerzo más. La cima ya no se aleja pero sigue pareciendo que nunca llega.
Ahora sí, un último tramo. Podemos. Nos damos aliento. Falta menos. Nos detenemos muchas veces para que respiremos al ritmo de los «más lentos». Nadie se queja de eso. Y eso los hace a todos ellos aún más valientes.
Vos podés, se escucha. Yo puedo, se piensa. Dale. Hicimos mucho, hicimos casi todo. No podemos abandonar ahora.
Y llegamos al escalón final: una trepada de manos y pies. Muy intensa. Miras hacia arriba, casi vertical y la ves: la cima, al fin.
A esta altura nadie quiere rendirse. Todos quieren llegar y que lleguen todos.
Por primera vez, dejo que me pasen. Hasta aquí Juana y yo marcamos el paso.
Pero esta subida es taaan empinada. Hay que tener fuerza, no alcanza la voluntad. No tengo esa fuerza pero no me voy a perder ese momento con ellos, no después de tanto esfuerzo, tantos años, tantos aprendizajes.
Y el ayudante Luciano me espera. Él sí tiene fuerza. Y me dice con los ojos: vas a poder y yo te acompaño.
Y ahora es un paso, una manos que agarra las piedras, otra pierna que da impulso, y el pie que busca el apoyo en alguna saliente.
Los guías, tan calmos.
Y ahora falta solo el último paso. Y no me sale. Pregunto: fulano? Arriba, me dice. Mengano? Arriba. Sultanita. Acá Flor. Están acá, me gritan desde arriba. Estamos acá.
Respirá, dice Luciano. Respirá conmigo. Ya el broncoespasmo se entremezcla con el sollozo de saber que lo logramos. Se asoman las caritas, llenas de sonrisas y entonces voy. Respiro y llego. Y me recibe la mano de una niña que estaba segura de que no lo lograría. Que había dudado incluso de venir al viaje.
Nos abrazamos. Y yo lloro como una bebé. Es que me doy cuenta en ese instante que no habría sabido hacerlo sin todos. No habría sabido cómo decidir si alguno no quería seguir.

Somos mejores que ayer y nos llevamos una experiencia fundante para toda la vida.

Gracias a cada uno y cada una de ustedes, familias, por hacerlo posible.

A la maestra Andrea por preparar a los niños y niñas cada mañana.

A la enfermera/hechicera Mariana que nos llenó de mimos, cremitas, globulitos y cuidados. Y además nos hizo reír mucho. ¡Y trajo los bastones! Para las dos señoras maduras…. ¡Menos mal!

Y para la sangre joven de Yani y Luciano… Que nos prestan manos para hacer lo que las nuestras no siempre pueden, que llevaron adelante el restaurante y se sumaron con tanto amor a las propuestas a veces un poco locas.

Y a mi familia, especialmente a Alejandro y a Santino, quien cursó una varicela muy intensa lejos de su mamá.

«Vos sos valiente, mami. Andá a subir la montaña y ver las estrellas. Yo me quedo con papá. Y cuando volvés, tomamos un helado» ❤️ »

Maestra Florencia