de Luise Schlesselmann

De esta historia, se cree que es una historia de Navidad. Y lo es, pero a su vez es una historia de San Juan. Y así comienza:

En el establo de Belén dormía entre las maderas un pequeño escarabajo. Había buscado protección contra el frío y soñaba con el sol, las flores de la pradera y con todos los animalitos que habitan la Tierra durante el verano.

Ya hacía bastante tiempo que dormía, cuando de pronto fue despertado por un potente canto de júbilo. El escarabajo pensó primero que lo había despertado el trino de los pájaros. Pero cuando miró a su alrededor, vio que dentro del establo una gran cantidad de ángeles cantaba miles de veces más lindo que las aves.

Cuando el pequeño animal miró hacia abajo, vio allí a una mujer y a un hombre, que se inclinaban sobre un pesebre. En ese lugar yacía acostadito un maravilloso niño, tan luminoso y bello, como el escarabajo nunca había visto antes. Del niño partía una luz que iluminaba todo el establo con sus rayos y su calor. El animal estaba realmente sorprendido. Pensaba que, tal vez, ya había llegado el verano.

Entonces se arrastró rápidamente entre las vigas hacia una rendija en el techo, para observar y lanzarse al aire estival. Pero, uh, un viento helado lo golpeó y vio además que estaba muy oscuro. Ya quería regresar al establo, cuando divisó un ángel enorme y luminoso a cierta distancia, en medio del campo, donde los pastores cuidaban sus ovejas. El ángel, eso sí pudo escucharlo, transmitía un mensaje a los pastores. El escarabajo trató de oír mejor, pero no pudo comprender todo, porque el ángel se encontraba demasiado lejos. Sin embargo el animalito quería y debía escuchar el mensaje y, sin más, abrió sus alas y aunque hacía muchísimo frío, voló hacia el campo.

Pronto sus alitas se endurecieron debido al intenso frío y a duras penas logró llegar hasta el ángel. Agotado, se sentó frente a él, escuchó muy atento sus palabras y se quedó muy callado, ahí sentadito.

Cuando el ángel concluyó su anuncio a los pastores, el animalito, con voz muy finita, le pidió poder llevar esta hermosa noticia del nacimiento de Cristo a los demás animales y a las flores. El ángel escuchó la vocecita, pero en un principio no supo de dónde venía. Miró hacia todos lados, hasta que descubrió al pequeño insecto, sentado en el piso. Muy sorprendido lo observó largamente. ¿De dónde había llegado en estación fría y oscura un escarabajito solar? El insecto repitió una vez más su deseo, porque ahora sabía quién era el niño que había visto en el pesebre y con más razón quería llevarles la buena nueva a animales y flores.

El ángel accedió gustoso a su pedido, pero le dijo: “Espera hasta el verano. En este gélido frío de invierno tus alitas no te llevarán muy lejos. Pero en el verano, cuando esté más templado y agradable, tus alas tendrán más fuerzas. Entonces vuela por campos, praderas y bosques e informa al mundo acerca del nacimiento de Cristo.”

“Pero, ¿me creerán?”, preguntó el escarabajo con cierta angustia.

Entonces, el ángel sacó de la corona de rayos que lo recubría una pequeñísima chispa. Se la colocó al escarabajo atrás, entre las alas y le dijo: “Esta es la señal de que lo tú anunciarás al mundo es mi mensaje”

El escarabajito estaba tan feliz, que ya no sentía el frío. Agradeció, desplegó sus alas y regresó al establo. Entró por una rendija en el techo, se acomodó sobre su viga y, envuelto en el calor y el canto jubiloso de los ángeles del establo, se durmió agotado, pero inmensamente feliz.

Pasaron muchos días y el escarabajito aún dormía. El sol, alto en el cielo, ya enviaba sus rayos a todas las flores y los animales para despertarlos. Un pequeño rayo solar había volado por sobre el establo y al mirar por las rendijas vio al escarabajito. Lo acarició durante tanto tiempo, hasta que este despertó de su profundo sueño.

“Levántate, dormilón”, se burló el rayito de sol. Y cuando todavía se estiraba y despertaba de su largo sueño, el rayito siguió apurado su camino. Tenía prisa porque debía despertar a infinidad de animales y plantas, ya que el verano estaba cerca.

Cuando el escarabajito despertó, sentado sobre la viga, se le apareció como desde un profundo sueño, la imagen del niño en el pesebre, de los ángeles y del enorme ángel de la anunciación en el campo.

Se esforzó por recordar el mensaje que debía transmitir en el bosque y en las praderas. Ah!, ¿tal vez todo había sido solamente un sueño? ¿Dónde estaba la chispita que le había regalado el gran ángel? Por más que se esmeraba y giraba su cabecita, no lograba descubrir ningún destello de luz.

“Seguramente sólo fue un sueño”, pensó entristecido. No lograba alegrarse de la luz del sol, que iluminaba y calentaba todo. Muy apenado, se sentó sobre la viga y allí se quedó hasta el anochecer.

Cuando el sol ya se había puesto y la oscuridad reinaba en el establo, de pronto, el escarabajito percibió muy cerca suyo un tenue rayito de luz. Se dio vuelta para ver de dónde provenía. Pero la pequeña luz parecía perseguirlo, porque adonde se dirigiera, el  puntito de luz permanecía con él. ¡Naturalmente, porque estaba ubicado entre sus alas! Cuando el escarabajo se dio cuenta, ¡ay!, ¡ustedes deberían haber estado con él para ver cuánta alegría lo invadió! Entonces, ¡todavía tenía su chispita! Pero era tan pequeñita, que solamente se veía de noche. Rápidamente se arrastró hasta la rendija en el techo y salió. Inspiró el aire suave de la noche, abrió bien sus alas y voló como le había indicado el ángel, por bosques, campos y praderas. Y anunció a todos los animales y flores el nacimiento de Cristo.

Y, como anunció el nacimiento de Cristo al igual que Juan, se lo llama desde ese entonces, escarabajito de San Juan. Y desde entonces vuela por el mundo, su puntito de luz se enciende y se apaga en las noches de verano y nos quiere hacer recordar que en una noche oscura nacerá Cristo.

Pero por su chispita de luz, hay muchas personas que también lo llaman bichito de luz o luciérnaga.