
En séptimo grado, nos adentramos en las vivencias medievales, para culminar en el umbral del Renacimiento (o nacimiento propiamente dicho del cuerpo astral) hacia el octavo curso, en torno a los 14 años. En esta ocasión, la maestra Juana Ferguson acompañó a los niños grandes del séptimo en este profundo recorrido que culminó en la producción de las preciosas obras de arte grupales que aquí compartimos.




Sobre el umbral del séptimo grado, compartimos un extracto de “El arte y la ciencia en la enseñanza de redacción” por Dorit Winter:
Así que podríamos decir que el plan de estudios Waldorf es un intento de iluminar, con la luz adecuada, el paso por el mundo del niño en edad de crecimiento, ni prematuramente azul ni regresivamente dorada. Los alumnos de séptimo curso se encuentran en una transición especialmente delicada. Para ellos, el encanto del mundo físico es natural; no sería adecuado mantener a adolescentes en ciernes en el reino del cielo dorado. Ellos están mirando a su alrededor y nosotros somos pedagógicos cuando les brindamos aquello que merece la pena ver y disciplinamos sus nacientes poderes de observación. Es por ello que se incluyen en el séptimo curso la fisiología, la química, la geometría y el dibujo en perspectiva. La ciencia en esas materias se une a la curiosidad científica natural de los estudiantes y les permite materializar sus propias investigaciones del mundo, como hace el propio estudio del Renacimiento.
Pero el atractivo del mundo físico actual con todo su materialismo es extremo. Hoy en día no tienes que ser Magallanes para circunnavegar el mundo, no tienes que ser Galileo para investigar la luna. Todo lo que necesitas es un ordenador con internet. Al final de nuestro milenio, la alternativa al cielo dorado es mucho más peligrosa que cualquier tierra incognita, pues está disponible, es ilusoria y atractiva. Los monstruos de las profundidades son reales. No solo el insaciable cuerpo astral acecha en los límites del conocido mundo de la infancia, sino que también los pequeños detalles y el engañoso milagro de la magia electrónica esperan para devorar cualquier «destello idealista» duradero.
El profesor de séptimo curso debe encontrar un balance adecuado entre el creciente deseo de conocimiento sobre el mundo y sobre ellos mismos que presentan los estudiantes y el persistente resplandor del oro de la infancia, que se está desvaneciendo a la par de forma natural e innatural. Parte de esa desaparición es saludable, pero no lo es cuando se elimina sin motivo la luz interna, ese santuario interior: un hecho que sufren incluso los niños más pequeños en la cultura de Technopoly.
La educación Waldorf trata de preservar de forma adecuada la mayor parte de luz interna posible durante el máximo tiempo posible, no porque quiera recluir a los niños en la infancia, sino porque si se cuida esa luz dorada e innata del niño, se cultivan la fuerza del alma y la fuerza del carácter durante toda su vida adulta. Ese fortalecimiento solo es posible si preservamos sin embalsamar, si nuestra preservación no solo permite el crecimiento y la metamorfosis, sino que también los fomenta.
Por tanto, en el séptimo curso, los profesores debemos ser conscientes de que la luz que se abre paso desde la bóveda celeste del cielo revela el tangible mundo físico del aquí y el ahora en el relieve tridimensional, que incluye luz y sombras, volumen y la cualidad del peso. No obstante, la preservación de la luz interna innata y de la vida interna también está presente al mismo tiempo (en octavo, podemos materializar esos fenómenos en nuestro estudio del dibujo en blanco y negro).
Los alumnos de séptimo curso aún participan de la luz dorada, pero se resistirán enérgicamente a expresarlo; es natural. Pero ser pedagógico significa conseguir que lo expresen, porque aquello que se expresa se hace más fuerte. A través del arte de la pedagogía, fortalecemos aquello que ha de fortalecerse trazando formas adecuadas para que los jóvenes experimenten y expresen la tímida y evanescente vida interior. Establecemos una tarea que tiene suficiente «ciencia» en ella como para satisfacer el antojo de los alumnos de séptimo por los fenómenos del mundo, sin permitirles sucumbir a la mundanería superficial. Si hoy conseguimos alimentar la vida del alma del niño, entonces mañana, cuando el niño sea adulto, el estado de ánimo del alma se habrá convertido en la fuerza del alma.